La trágica evacuación de Kabul, tras 20 años de esfuerzos para estabilizar Afganistán, debe abrir un periodo de reflexión crítica. La crítica a posteriori corre el riesgo de caer en análisis simplistas, y a veces injustos, pero resulta indispensable para aprender de los errores cometidos y evitar, en lo posible, repetirlos en el futuro. Pese a todos los lugares comunes sobre la imposibilidad de que una operación militar tenga éxito en Afganistán, lo cierto es que la intervención internacional pudo haber salido bien.
Existieron una serie de oportunidades claras para estabilizar el país que no se aprovecharon por diferentes motivos. En el trasfondo del fracaso está la falta de un liderazgo sólido, debido al desinterés norteamericano por las operaciones en un país remoto y con escaso valor estratégico, la falta de comprensión de las dinámicas por las que se rige la sociedad afgana y lo que se ha convertido en uno de los principales males estratégicos de nuestro tiempo: la prioridad de la imagen y el marketing sobre la realidad.
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